Vicente García Roggen es el gran campeón de los expertos en la modalidad más artesanal y deportiva, a mano y a pie de playa de la Malvarrosa.
Con una red de pocos metros de diámetro y mucho conocimiento, poblaciones humildes de todo el mundo sacian su hambre a la orilla de ríos y mares.
Tiene 73 años, ha ganado siete de los nueve campeonatos
Regionales y asegura que 'huele' a los peces
En 1982, Vicente García Roggen y un amigo recorrieron tres cuartas partes del Amazonas sin apenas dinero, con cuatro cosas esenciales en la mochila y sin sufrir percances. Hicieron la ruta en 'barco-stop', es decir, subiendo en toda clase de embarcaciones cuyos dueños o pilotos se avenían a llevarles de trecho en trecho. Y así tomaron buen contacto con toda clase de poblaciones indígenas, bebieron aguas que únicamente la sed sin remedio obliga a beber, comieron lo que pudieron y no enfermaron, y confraternizaron con tipos potencialmente peligrosos, de los que, con sólo verlos en una película, ya te ponen los pelos de punta. Y asegura Vicente que en todo aquel periplo, plagado de peripecias sin mayor sobresalto que el tono aventurero de vivirlas, ganaron voluntades y les mantuvo siempre a salvo de todo su dominio de la pesca al rall. Sobre todo su propio arte, porque el compañero de viaje no sabía, pero la conveniencia le hizo aprender lo mínimo y aparentar. Luego, la gran destreza de Vicente lo salvaba todo.
Porque en toda la cuenca amazónica, cientos de miles de personas se alimentan de lo que pescan a diario lanzando artesanalmente sus pequeñas redes desde la orilla del agua. Y claro, toda aquella gente, la buena, la desconfiada, la generosa, la pendenciera..., cuando veían a unos europeos que pescaban como ellos, los hacían enseguida de los suyos. Un anciano nativo, muy ágil en la pesca con su pequeña red, a pesar de superar los noventa años, les explicó que sus dioses descuentan de la edad el tiempo que se ha dedicado al amor y a la pesca al rall. No cabía, pues, entre aquella gente esperar nada malo de quien no solo seguía sus atávicas pautas para alimentarse, sino que se mostraba como gran experto. ¿De dónde habían salido aquellos blancos?
Vicente es de Valencia, concertadamente de la Malvarrosa, de cuya playa se declarara rendidamente enamorado, porque aquí ha transcurrido casi toda su vida, amores incluidos, y sigue siendo donde más quiere estar. Con ascendencia familiar noruega (por su abuelo materno) y francés (su bisabuelo Félix Robillard plantó los campos de malvarrosa y construyó la industria de perfumes que dio nombre al lugar), vive en una casa próxima al mar y en cuyo amplio huerto-jardín despliega otras dos grandes aficiones de su vida: la botánica y la ornitología.
Jugador de rugby y gran lanzador de jabalina en su juventud, una lesión de codo le obligó a dejar dichos deportes y buscar otra actividad lúdica a los 25 años. Fue cuando empezó con la pesca al rall, siempre en su omnipresente Malvarrosa, ya que allí veía a diario a muchas personas que la ejercían.
De hecho esta es la práctica de pesca artesanal más extendida en todo el mundo, por la sencillez de medios, que no de conocimientos. Sólo precisa de una red circular, de unos 5 o 6 metros de diámetro y lastrada con plomos, pericia y energía para lanzar los tres kilos y medio que pesa como un rayo, cuando se adivina la presencia de peces, para que se despliegue sobre ellos en un suspiro, atrapándolos. Pero ahí está la gran dificultad, que solo se vence a base de mucha experiencia adquirida con los años y unas cualidades innatas para desarrollarla. Vicente las tiene, sin duda, porque a sus 73 años sigue practicando la pesca al rall y ha ganado siete de los nueve campeonatos regionales que se han celebrado (en otro quedó segundo), superando a participantes que son mucho más jóvenes que el. Por eso les comenta, con ironía, a los chavales competidores: «Tranquilos, que pienso retirarme en el año 2050». Nada menos.
La temporada buena es de septiembre a noviembre, cuando migran lisas, lubinas, le cholas, marbas... y buscan la orilla para protegerse de sus depredadores. Y ahí les esperan a veces algunos hombres con su rall en la mano; antaño por necesidad, hoy por deporte, como Vicente y unos trescientos aficionados que ejercen esta actividad en la Comunidad Valenciana, con la debida licencia de la Generalitat, que favorece así la recuperación de una actividad histórica y deportiva.
Agustín Grau, presidente de la 'Asociación de Peixcadors amb Rall de la Comunidad Valenciana', explica que se ejerce esta afición sin afán de lucro, sólo por deporte, con la satisfacción añadida de que uno puede llevarse a casa algún pescado, o regalarlo a un amigo si quiere. Muchas veces se sueltan vivas las capturas. Y ratifica que Vicente es el gran maestro de todos, el campeón.
Y Vicente, profesor jubilado de Educación Física, aclara que debe al ejercicio metódico su casi eterna condición juvenil, y alaba la claridad que tiene hoy el agua de las playas valencianas, gracias a las depuradoras, lo que le permite «ver a los peces, atisbar su sombra en una fracción de segundo, casi olerlos». Tan fácil, pero tan difícil. Horas y horas de feliz ejercicio de una pasión a la orilla del Mare Nostrum, gracias a su pericia, y al apoyo de su mujer, María José Morrio, que secunda su sano y sabio estilo de vida.
Una tradición mundial con toques valencianos.
Algunos expertos señalan que este arte milenario nació de manos fenicias aunque fueron los árabes quienes lo introdujeron en Valencia. Sin embargo, los valencianos, y su condición de mercaderes, fueron quienes la perfeccionaron y exportaron al resto del mundo dándole ese carácter ancestral y tradicional que solo el “rall” es capaz de mostrar.